lunes, 23 de junio de 2014

Amor y leyendas

Juanjo era un chico de 18 años, que estudiaba en el conservatorio, aquel chico estaba estudiando en la ciudad de Granada, pero era de Sevilla. Vivía solo en un pequeño piso del barrio granadino de el Realejo, donde su padre tenía un piso, donde había vivido cuando era joven. Pese a que era un chico alto, rubio y muy deportista, no le gustaba relacionarse con el resto de chicos y chicas, prefería quedarse en su piso bebiendo cerveza y tocando su guitarra o su piano, si no estaba en su piso estaba corriendo o jugando a algún deporte, pero siempre deportes individuales.

Corría ya el mes de junio, y comenzaba a hacer mucha calor por las noches, por lo que Juanjo decidió coger su guitarra, un litro de cerveza y buscar algún sitio donde poder tocar la guitarra tranquilamente. Comenzó a caminar por las estrechas calles del realejo, buscando algún sitio donde poder sentarse, pero no encontraba ningún sitio donde poder sentarse a tocar la guitarra. Estaba ya volviendo a su piso, con la sensación de que aquella noche no podría tocar la guitarra en el frescor de la noche, cuando paso por la calle que conducía al Campo del Príncipe. Sabía que allí no estaría solo, pero al menos podría sentarse a tocar un rato la guitarra y tomarse su cerveza. Subió aquella calle y se encontró con lo que él ya esperaba, había gente sentada en las mesas de los bares, algunos niños jugando en un pequeño parque que había, y el único lugar que parecía más retirado y tranquilo era un pequeño banco que había frente al monumento que allí había.

Se sentó en aquel banco, abrió la cerveza, y mientras tomaba un par de sorbos, comenzó a sacar la guitarra de su funda. Comenzó entonces a afinar su guitarra, y terminó de beberse la primera de las cervezas. No había hecho más que terminar de beber el último sorbo de la cerveza, cuando comenzó a tocar los primeros acordes de una triste canción de amor que había aprendido tiempo atrás. Cuando comenzó a cantar aquella canción su mente le jugó una mala pasada, y le hizo recordar a Laura, una chica que había en el conservatorio, que tenía novio, y Juanjo se había enamorado de ella nada más verla, pero no se atrevía a hacer nada, porque ella tenía novio. Cuando llegó al punto más emocionante de aquella canción no pudo contenerse, y una lagrima cayó por su rostro, sus lagrimas cayeron hasta el suelo, y él, con la voz entrecortada y con la intención de seguir aquella canción, alzó la vista. Lo que vio hizo que dejará de cantar, la luna había abandonado su color blanco por uno de un color rojizo, semejante al de la sangre, que se reflejaba en aquel monumento de piedra frente al que estaba sentado. Antes de que pudiera reaccionar la luz rojiza aumentó su intensidad, hasta el punto de que Juanjo sentía como lo atravesaba, notó entonces como una fuerza le entraba en el cuerpo sin que el pudiese hacer nada, la intensidad de aquella fuerza aumento hasta que de repente cesó. Juanjo bajo los ojos, y cuando los volvió a alzar la luna estaba blanca, al igual que aquel monumento, por lo que él pensó que todo aquello había sido fruto de la cerveza y de la falta de sueño, por lo que decidió volverse a su casa y dormirse pronto.

A la mañana siguiente Juanjo se levantó más tarde de la cuenta, pero ya se encontraba muy descansado, y con más animo y energía que antes. Se levantó y fue a encender el fuego para tomarse un té, cuando se dio cuenta de que no le quedaban cerillas, y el mechero lo había perdido, entonces cogió una de aquellas cerillas gastadas, y nada más cogerla aquella cerilla, que ya estaba gastada, se encendió. Él la acercó al fogón sin comprender bien que había pasado, y lo encendió. Estaba apoyado en el la mesa de la cocina pensando en como había podido eso cuando le dio un codazo a una jarra con agua que tenía sobre la mesa, y esta se cayó de la mesa, y él estiro la mano para cogerla, pero en vez de cogerla, hizo que se parase, como si se hubiese parado el tiempo, cogió rápido la jarra y la puso sobre la mesa. Se tomó el té y salió a correr un rato, pero sin dejar de pensar en todo lo que había pasado aquella mañana y la noche anterior. Aquel día corrió más de lo normal, dado que tenía la mente muy cargada. Al pasar cerca de la Alhambra lo paró una mujer mayor, que le pidió que la ayudase con unas compras. Juanjo le contestó de modo afirmativo, le cogió las bolsas a aquella mujer, y las llevó hasta su casa, ella lo invitó a pasar y a que se tomase un vaso de agua. Él se sentó en el sillón que la mujer loe indicó, y mientras ella iba a buscar algo de beber, él leyó un cartel, que tenía pinta de ser muy antiguo, en aquel cartel había un texto:

“Aquel que se presentase frente al monumento que hay en el Campo del Príncipe y demuestre, mediante lágrimas verdaderas, que su corazón es puro y fuerte alcanzará la gracia que le concederá la luna de sangre, al reflejarse en ese corazón.”

Aquello llamó la atención a Juanjo, que comenzó a asustarse, pero no le dio tiempo a pensar en nada, pues aquella misteriosa mujer volvió a la habitación y señalando aquel cartel le dijo que ella sabía que la noche anterior la luna de sangre se había posado en Granada, y había otorgado la gracia de la magia a un joven, y añadió que aquel joven era él. Aquello terminó de asustar a Juanjo, que tomo el vaso de agua con mucha rapidez y salió corriendo hacia su piso, sin poder dejar de pensar en todo lo que le estaba pasando.

Estuvo tres días sin poder dejar de pensar en otra cosa, en el conservatorio, en casa, cuando salía a correr y cuando dormía. Aquellos días evitó las cercanías de la Alhambra y se presentó varias veces en el Campo del Príncipe, para intentar encontrar alguna respuesta, pero el hecho era que él ya se estaba acostumbrado a sus nuevos poderes, y había comenzado a practicar con ellos. Todas las noches, tras el conservatorio, buscaba un parque alejado donde poder practicar con sus poderes, podía mover cosas, parar el tiempo, utilizar fuego, congelar, era todo lo que los niños deseaban poder hacer, era como haber cumplido un viejo sueño.

Su vida comenzó a girar en torno a estos poderes, pero siempre que estaba solo, porque cuando estaba acompañado evitaba hacer ese tipo de muestras. Y sus días habían dejado de ser monótonos, realmente se encontraba muy feliz, pero seguía teniendo un problema, no tenía a Laura, la chica en la que no podía dejar de pensar, y pensaba que aquello no podría cambiar, pues no tenía el poder de manejar la voluntad de las personas.

Un día que salieron antes del conservatorio, pues ya faltaba muy poco tiempo para acabar las clases, decidió no volverse a casa, sino que se quedó en un bar que había cerca tomando una cerveza, en la terraza que había junto a un parque. Se estaba tomando la segunda cerveza cuando comenzó a escuchar los gritos de un chico que había en el parque, se fijó y vio que era el novio de Laura, que junto a otros compañeros estaban dándole gritos a Laura, como si le estuviesen recriminando algo. Aquello no gustó en absoluto a Juanjo, que se levantó con la intención de intervenir. Antes de que pudiese reaccionar Juanjo, pasaron de darle gritos a insultarla, con insultos como “Guarra”, “Zorra” o “Puta”, y en un arrebato de ira, el novio de Laura intento darle una bofetada a ella. Antes de que la mano de aquel chico tocase a Laura, salió disparado, como si una fuerza lo hubiese golpeado. Alzó la cara y vio la figura de Juanjo, con la mano extendida. El novio de Laura creyó que Juanjo lo había empujado, y mientas le gritaba que no defendiera a una desgraciada, se levantó con la intención de pegarle. Cuando estaba a punto de golpear a Juanjo, este levanto la mano, e hizo que aquel chico se alzase , como por arte de magia, y después lo lanzó lejos. Todos salvo Laura salieron a correr, tras levantar a Andrés, el novio de Laura.

Juanjo se sentía muy avergonzado por haber perdido los nervios, y haber utilizado de aquel modo aquellos poderes, y se dio la vuelta con la intención de irse. No había dado dos pasos cuando sintió una fuerza que le cogía el brazo, se giró y vio que era Laura, con lágrimas en los ojos. Él, le paso los dedos por debajo de los ojos para secarle las lágrimas, y ella solo pudo abrazarle. Tras eso, Juanjo insistió en invitarla a una cerveza para que se relajase, ella acepto, sin apenas voz. Mientras se tomaban la cerveza Juanjo le contó que estaba enamorado de ella desde hacía tiempo, pero no se atrevía a decírselo, y por ese motivo cuando la vio en aquella situación la salvó sin dudarlo. Ella le dijo que lo único que sentía en aquel momento no era gratitud, sino amor, ya que él había arriesgado mucho por defenderla. Él la llevó a su piso, donde le explicó todo lo que le había pasado en el Campo del Príncipe y con la viejecita. Entonces Laura insistió en volver al Campo del Príncipe, diciéndole a Juanjo que sabía como hacer que aquellos dones desaparecieran, y con ellos todos los problemas que podía tener Juanjo. Él aceptó, y ambos se dirigieron a aquel lugar, cogidos de la mano, y sin parar de hablar. Cuando llegaron a aquel lugar, Laura insistió en que se parasen frente a aquel monumento, en aquellos momentos ya había caído la noche, y ella le cogió las manos y preguntó en voz alta:

-Juanjo, ¿Aceptas mi amor?
-Si- contestó sin dudarlo Juanjo.
-Si es así- dijo Laura sin darle tiempo a decir nada a Juanjo- jurarlo frente a esta escultura, que quedará como testigo de nuestro amor.
-Juro que yo- dijo Juanjo con al voz un poco temblorosa- solo amó, amo y amaré a Laura, desde el día que la escuche por primera vez y hasta la eternidad.

Al terminar aquellas palabras Laura le confesó al oído que ella también llevaba un tiempo intentando quedar con él, sin que su novio se enterase, pero no pudo, ya que Juanjo siempre evitaba hablar con ella. Tras decirle esto le beso la boca a Juanjo, y en ese momento Juanjo sintió como aquella fuerza que había entrado trayéndole aquellos poderes, estaba desapareciendo. Cuando terminaron de besarse, Laura insistió en que intentase hacer algo con sus poderes, pero el no quería, pero ella volvió a insistir, y Juanjo por contentarla lo intentó, pero ya no podía hacer nada, aquellos poderes se habían esfumado. Él le dio las gracias, y la beso de nuevo, pero estaba confundido porque no sabía como ella había logrado romper aquella magia. Entonces ella lo llevó hasta una perdida calle que había en aquel barrio, y le enseño una losa que se encontraba casi sepultada en un descampado, en aquella losa ponía:

“Aquel que se presentase frente al monumento que hay en el Campo del Príncipe y demuestre, mediante lágrimas verdaderas, que su corazón es puro y fuerte alcanzará la gracia que le concederá la luna de sangre, al reflejarse en ese corazón. Y aquel que posea esta gracia solo podrá renunciar a ella con un beso de amor verdadero y único, frente a aquel monumento, donde hubiese recibido esta gracia.”

Él comprendió lo que aquello significaba, no solo había perdido esos poderes, que habían provocado que le hiciera daño a una persona, sino que aquello demostraba que aquel amor era verdadero y sería único. Decidieron celebrarlo aquella noche, y él la invitó a unas cervezas en su piso. Cuando iban a dar las doce de la noche, ambos le asomaron al balcón, y contemplando la luna se volvieron a besar,y entonces ocurrió algo, que ambos achacaron a aquel encantamiento que habían roto, mientras ambos se besaban, la campana de la Torre de la Vela comenzó a sonar, como celebrando aquel amor. Y al ritmo de aquellas campanadas ellos volvieron a juntar sus besos, ya no eran dos personas, sino que ahora eran un único amor.

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