miércoles, 3 de junio de 2015

Sangre

Anna, una chica de 17 años, iba corriendo por la calle, mirando el reloj cada pocos segundos. Era el primer día de clase del nuevo semestre, y ya llegaba tarde. La noche anterior se había quedado hasta tarde despierta, pues llevaba unas cuantas noches con insomnio, desde que su novio, un chico atractivo a la vez que antipático y superficial, la había dejado por otra chica más joven. Anna estaba hundida desde entonces, pero mientras corría ella solo tenía en mente buscar el atajo más rápido para poder llegar a clase lo más pronto posible.

Cuando llegó al instituto las clases llevaban media hora en marcha. Tras inventarse una escusa y convencer a un profesor pudo ir a la clase, y cuando llegó solamente había un sitio libre, al lado de un chico que no había visto nunca antes. Por suerte para Anna, su profesor aún no había llegado a clase, pero justo en el momento en el que se sentó, se abrió la puerta y apareció su profesor. Se puso en el centro de la clase, frente a la pizarra e indicó con un gesto, al chico que había sentado junto a Anna que se acercase a donde estaba él. Una vez ese misterioso chico, muy alto y paliducho, se situó frente a la pizarra, el profesor comenzó a hablar:

-Buenos días chicos, perdonad mi tardanza, pero el tráfico estaba muy mal.- Dijo algo apurado el profesor- Antes de empezar las clases este nuevo semestre quiero presentaos a vuestro nuevo compañero. Su nombre es John, y ha llegado desde una pequeña ciudad del norte de Escocia. Espero que lo recibáis con los brazos abiertos y hagáis que sus primeros días aquí sean muy llevaderos.

Dicho esto todos aplaudieron y John, con un tono de voz muy bajo, a causa de la vergüenza, dijo gracias. Tras esto el joven se volvió a sentar en la silla, junto a Anna, y el profesor comenzó a explicar. John apenas intercambio algunas palabras con Anna durante aquel día, ya que ella tenía la mente en otra cosa, en Alex, su ex novio. La vida trascurrió sin más cambios, ya que Anna continuaba con su pequeña depresión y John apenas había hablado con el resto de su clase. Pero no tardaría mucho en cambiar la situación, un cambio que vino de la mano de una persona, Alex.

Aquella calurosa mañana de mayo Anna despertó, como cualquier otro día, ya apenas se acordaba de su ex, por lo que dormía mucho mejor. Pero al mirar hacia la mesilla descubrió que su móvil estaba parpadeando, pues había recibido un mensaje. Anna pensó que sería de alguna de sus amigas, pero cuando cogió el móvil descubrió que el mensaje era de Alex. En el mensaje él le pedía quedar aquella noche, en un parque al que ambos solían ir cuando salían juntos. Ella, aún muy afectada por todo lo que había pasado, aceptó sin dudarlo ni un solo momento. Aquel día se hizo eternamente largo para Anna, quizás a causa de la ansiedad y emoción que le producía volver a ver a Alex.

Después de clase corrió rápidamente a su casa, comió y se tumbó en la cama a mirar las antiguas fotos que aún conservaba de su chico. Un par de horas antes de la hora que habían quedado se preparó, y llegó al parque un cuarto de hora antes de que llegase Alex. Cuando llegó Alex el parque estaba prácticamente oscuro, y apenas había gente allí. Él se acercó con una gran sonrisa que mostraba su seguridad y su chulería, y una vez estuvo junto a ella la besó sin mediar palabra. Ella se sintió muy segura y confiada, pues parecía que todo estaba de nuevo bien, pero ella quería hacerle una pregunta antes de continuar:

- Quiero que me contestes a esta pregunta, Alex- dijo ella con seriedad- ¿Me juras que jamás volverás a engañarme, ni a irte con otras chicas?
- No, no pienso jurarte eso.- Dijo Alex con gran seguridad.
- Pero.. Alex... ¿Por qué me tratas así?- Dijo ella, separándose un poco de él.
- En serio me preguntas eso, cariñito. - Dijo él, con un tono muy burlón-  Todo lo que hago es porque te lo mereces, las zorras asquerosas como tú no os merecéis más que os castiguen.

Ante aquellas palabras Anna reaccionó insultándolo e intentando pegarle un bofetón. Pero justo cuando su mano iba a golpear su cara él la detuvo, la empujo contra un árbol y se preparó para golpearla, primero le dio un guantazo, pero cuando intentó darle un puñetazo alguien lo placó, era John. Alex se levantó con rapidez, con la intención de dejar fuera de juego a John, pero cuando fue a pegarle, John lo cogió del cuello y lo tiro contra unos árboles que había en aquel parque, perdiéndose entre la oscuridad. Anna estaba en el suelo inmóvil a causa del shock que supuso aquello para ella. John tardaba un poco, pero al fin lo vio volver de entre los árboles, secándose de los labios lo que parecía sangre.  Ella estaba aliviada de que fuese John y no Alex el que hubiese regresado, no se imaginaba que su ex novio llegase a esos niveles de violencia. John insistió en ir a otro parque mucho más luminoso y concurrido, por si volvía que hubiese alguien. Pero quizás ella no hubiese aceptado si hubiese conocido lo que realmente había sucedido entre aquellos árboles.

Lo que había sucedido era bastante sencillo, John había empujado a Alex hacia aquellos árboles para alimentarse de su sangre, pues al fin y al cabo, él era un vampiro. Lo había empujado, golpeado y había arrancado un trozo de carne de Alex, para beber su sangre mientras poco a poco se desangraba.

Caminaron un rato hasta que de nuevo llegaron a un parque, mucho más luminoso y con más gente, justo como John le había dicho a Anna. Ella lo seguía, amarrada a su brazo, aun asustada por todo lo que había sucedido, por el hecho de que aquella persona que había amado la había tratado como si fuese una mierda. Una vez se sentaron en un banco, John sacó una petaca del bolsillo, y le dijo a Anna que diera un trago, que le vendría bien. Ella obedeció, dio un trago y casi de manera instantánea cayó al suelo inconsciente.

Despertó sobresaltada, y miró a todos los lados, estaba en una habitación muy siniestra pues las paredes estaban pintadas de rojo y los detalles se encontraban realizados en negro. Se levantó de la cama en la que estaba tumbada, e intento caminar hacia la puerta pero estaba algo mareada y cayó al suelo. Justo al instante se abrió la puerta y entró John, que solamente llevaba unos pantalones, y se acercó a ella, la levantó, y le trajo una lata de refresco para que recuperase las fuerzas.

Anna estaba muy sorprendida, pues siempre había creído que John estaba muy delgado, además de ser muy alto, pero al verlo sin camiseta comprendió que eran un chico que tenía una excelente forma. Él se sentó junto a ella, y ella le dio las gracias, John le pidió que le contase que había sucedido, pero ella no pudo y rompió a llorar en el hombro de John. Él la abrazó con fuerza y casi de un modo involuntario ella lo besó en los labios. Aquello fue más de lo que John pudo aguantar, pues pese a todo no solo tenía sed de sangre, sino también sed de pasión.

John cogió a Anna de las muñecas y la empujó con dulzura a la cama, mientras ambos se fundían en unos solos labios. Una vez estuvieron en la cama, él empezó a quitarle la ropa a ella, y después ella hizo lo propio con las pocas prendas que le quedaban a él. La pasión se desenfrenó en aquel instante. Él la giró y comenzó a besar su espalda con ternura hasta llegar al cuello, después la giro y repitió el mismo proceso. Se besaron de nuevo, y ella le mordió el labio, el sabor de la sangre excitó aún más a John, que casi sin poder controlarlo, comenzó a penetrarla con seguridad a la misma vez que con cariño. Combinaba estás arremetidas de pasión con sensuales juegos, que excitaban cada vez más a ambos jóvenes.

No sabía que le había pasado, lo único que sabía es que aquella humana lo había enamorado, y el necesitaba tenerla junto a él para toda la eternidad, por lo que justo en el momento exacto del clímax, sus dientes crecieron, y él pudo darle un bocado en el cuello, apartando los rojizos cabellos de la chica, que estaban enturbiados por causa del desenfreno. Anna ya era una vampiresa. Terminaron exhaustos, y fue en el momento en el que John le dio el bocado, cuando ella descubrió que su amante y salvador era un vampiro, aquello no hizo más que emocionarla más, y más aun después de comprender que tras aquel bocado ella era también una vampiresa. Después de todo aquello no hubo jamás nada ni nadie capaz de frenar la pasión, que solamente tuvo por testigo los cuerpos de estos jóvenes, y la eternidad.


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